A
través de las siguientes líneas se busca desarrollar las razones por las cuales
existe la necesidad de una reestructuración de la economía mundial tomando como
base la más reciente crisis financiera internacional. La crisis
financiera demostró que los mercados financieros no funcionan eficientemente de
manera automática. Al respecto, el gobierno tiene un papel importante que
jugar, pues las acciones de este último, junto con el papel del mercado tendrán
que estar más equilibrados, para así lograr una economía más eficiente y más
estable.
El
modelo del capitalismo del siglo XIX no es aplicable al siglo XXI. La mayor
parte de las grandes empresas no tienen un solo propietario. Tienen muchos
accionistas. Hoy día, la principal diferencia es que los propietarios (los
accionistas) en última instancia en un caso son ciudadanos que operan a través
de diferentes órganos públicos, y en el otro son ciudadanos que operan a través
de diversos intermediarios financieros, como fondos mutualistas y de pensiones,
sobre las cuales generalmente tienen muy poco control. En ambos casos, existen
importantes problemas orgánicos debidos a la separación entre propiedad y
control: los que toman las decisiones no cargan con el coste de los errores ni
se llevan la recompensa por los éxitos.
El
papel del Estado difiere de un país a otro y de una época a otra. El
capitalismo del siglo XXI es distinto al del siglo XIX. La lección aprendida
del sector financiero se confirma en otros sectores: aunque las regulaciones
del “New Deal” no funcionen hoy, lo que se necesita no es una desregulación
total, sino más regulación en determinadas áreas y menos en otras. La
globalización y las nuevas tecnologías han abierto la posibilidad de nuevos
monopolios mundiales con una riqueza y un poder muy superiores a lo que los
barones de finales del siglo XIX habrían siquiera soñado. El hecho de que en
las entidades la propiedad esté separada del control y sean otros los que
gestionan la riqueza de la mayoría de la gente corriente, supuestamente en su
nombre, ha aumentado la necesidad de regular mejor la gobernanza corporativa.
Al
hablar sobre lo que debería hacer el gobierno, éste debería mantener el
pleno empleo y una economía estable, promover la innovación, dar protección
social y seguridad, y evitar la explotación. Actualmente el reto es crear un
Nuevo Capitalismo. Se han visto los fallos del viejo. Pero crear ese Nuevo
Capitalismo requerirá confianza, incluida la confianza entre Wall Street y el
resto de la sociedad. Los mercados financieros nos han fallado, pero no se
puede funcionar sin ellos. El gobierno nos ha fallado, pero no se puede
prescindir de él. El programa Reagan-Bush de desregulación se basaba en la
desconfianza hacia el gobierno; el intento Bush-Obama para rescatarnos del
fallo de la desregulación se basó en el miedo.
Las
injusticias que se han hecho evidentes con la caída de los sueldos y el aumento
del desempleo, al tiempo que los bonos de los banqueros se incrementaban y se
reforzaba la riqueza de las empresas extendiendo la red de seguridad para las
compañías y reduciendo la de los ciudadanos corrientes, han generado amargura e
indignación. Un ambiente de amargura e indignación, de miedo y desconfianza, no
es el mejor para emprender la larga y dura tarea de reconstrucción. Sin
embargo, no se tiene alternativa: si se quiere recuperar una prosperidad
sostenida, se necesita una nueva serie de contratos sociales basados en la
confianza entre todos los elementos de nuestra sociedad, entre los ciudadanos y
el gobierno, y entre esta generación y las generaciones futuras.
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